Cuántas veces lo habremos dicho o nos habremos sentido así, damos la batalla por perdida y nos vamos decepcionados, ¿verdad?
Las personas sólo recordamos entre el 10 y el 25% de lo que oímos normalmente. Y, sobre todo cuando discutimos con alguien, estamos más pendientes de cómo rebatir el mensaje que escuchando lo que realmente nos están diciendo. Y así no vamos a ninguna parte.
El cuánto y el cómo nos relacionamos con los demás determina nuestro bienestar emocional. Para mantener relaciones sanas hay que saber hablar y escuchar, es decir, conseguir que la persona que nos está hablando se sienta comprendida por nosotros, permitirle poder expresarse libremente y centrar nuestra atención no sólo en lo que nos está diciendo sino también en lo que está sintiendo. Es dedicarle a alguien toda nuestra atención y que note que lo estamos haciendo. A eso se le llama escuchar de forma activa o escucha activa, una habilidad que se puede aprender.
En mediación la escucha activa nos permite a los mediadores ampliar información respecto del conflicto que nos planteáis y que nos convirtamos en el catalizador necesario para que seáis capaces de organizar vuestros sentimientos y sentiros más seguros a la hora de tomar decisiones durante el proceso. Que podáis verbalizar al 100% el tema que os ha traído a mediación os hace más conscientes de él al estar activamente implicados en la conversación durante las sesiones de mediación.
Y de saber conjugar el hablar con los silencios. Una de las claves de la escucha activa es,- obviamente-, escuchar, pero también el saber respetar los silencios porque nos permiten pensar y encontrar las palabras adecuadas con el fin de expresar lo que queremos decir, además de ser una herramienta especialmente útil para ayudar a calmar la tensión en un momento de alta emocionalidad.
Está demostrado que la escucha activa genera confianza, proximidad y seguridad. Palabra de mediadores.